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Notas
CRÓNICA EXCLUSIVA

LA POÉTICA DE LA CANCIÓN


22/10/2012

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RECORDAR


El sábado 20 de octubre Julian Mourin dio un recital acústico de folklore fusionado desde las cero horas en Café Vinilo. Tras editar tres discos con su grupo Chúcaro, presentó su primer CD solista Mate de metal donde todos los temas dicen algo, desnudan sentimientos o expresan posición.

Trabajo melódico de voces que van jugando sobre bases instrumentales,  ánimos como para iniciar de la mejor manera el día, relevancia concedida a la palabra – signo, son algunos de los tópicos sobre los cuales Mourin se explaya con absoluta claridad y maestría para dar cuenta de la condición musical de su actual obra, esa que apreciamos esa madrugada ahí en Café Vinilo.

Luego de presentar las canciones en Nueva York, Barcelona y Madrid, realizó el concierto acompañado por la formación compuesta por los músicos Gato Pérez, percusión, Sofía Urruti, coros, Emiliano Spadaccini, teclados y Pedro Urruti, pad electrónico. Mourin estuvo a cargo de la voz, guitarra y pandeiro (con el que abrió el recital).

Mate de metal es un disco donde las letras ocupan un lugar importante, todas las canciones no apuestan a una poética simplista: “Ya no sé qué es avanzar: si cantar o callar”, dice en “Donde el cero es lucero”, o “viva la tierra que nos vió nacer” en “Otro espejo”. Una canción para despertar a una mujer, tema dedicado al Río de la Plata, otro para atraer a alguien, y así cada track que repitió en la sala de Palermo.

Como también lo hizo en Chucaro, su anterior banda, Mourin mezcló sonidos autóctonos con elementos de electrónica para mostrar su lado más salvaje y duro (como el metal) en el sonido, aunque su voz es más bien dulce.

El músico que se formó en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, donde estudió piano, así mostraba el trabajo de doce canciones cuyo mayor logro, tal vez, sea “Canción para despertarla”, sugerida para difusión en la gacetilla de prensa. Lo que es particularmente atrayente de su obra es que sus palabras y melodías parecen tener un valor propio y haber sido creadas como consecuencia del profundo interés del artista en las situaciones que imaginó.

No son simplemente una excusa para desarrollar un despliegue estilístico brillante. Esto, a su vez, le facilita al oyente conectarse con ellas porque presenta un universo reconocible, aunque transformado. En su despliegue musical subyacen preguntas como estas: ¿es posible la felicidad ininterrumpida? ¿Quién podría vivir en un limbo de bienestar desconociendo la palabra angustia?

Finalmente, también hubo lugar para canciones anteriores, como “Atitayteté” del tercer álbum de Chucaro (Buen día ojo tuerto, que, además, tuvo ilustraciones de Liniers en la tapa) dedicada a Tita y Teté, la abuela de Mariano Loredo (bajista de esa formación) y su amiga, que les prestaron la casa de Villa Devoto para ensayar y, encima, los recibieron con alegría total.

Un sonido como el que nos rodea todos los días para expresar el ambiente de este tiempo donde Mourin compone y descompone, ordena y desordena en fuerte búsqueda constante hacia una nueva significación de identidad, sonoridad propia y sincera en composición. Frente a cada una de sus canciones, reconstruimos -a partir de ciertas “pistas” que el artista deja en el tema- su propia visión del mundo.

Y esto es precisamente lo magnético de la obra: reconocer esto que nos ocurre a diario. Sólo tenemos contacto con una parte de una gran realidad, convivimos con aquellos “pedazos” de realidad que nos tocan. El resto se diluye, pertenece a otros y no podemos verlo. Y así, sin que nos lo propongamos, reconstruimos nuestra propia realidad...en otro espejo quizás.


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