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El inigualable Dúo Salteño detuvo en sus voces al tiempo para siempre. Un privilegio que el público supo apreciar el miércoles en La Trastienda Club, cuando el “Chacho” Echenique y Patricio Jiménez regresaron a un escenario porteño para hacer radar lágrimas y emocionar hasta al más insensible con su justa manera de cantar los paisajes y personajes del país. Todo se transformó en ansias desde que amaneció la noticia -el año pasado- de que el dúo se volvía a juntar y a realizar presentaciones en vivo. Desde ahí la alegría de aquellos que ya habían tenido la oportunidad de escucharlo en los años 70 y, más aún, la expectativa misteriosa de los que recién iban a tener el milagro de contemplar por primera vez el sonido que caló hondo en la época dorada del folklore. Esta larga espera sólo se puede entender cuando el gris color del tiempo pone en lo alto al Dúo Salteño para recordar lo que hicieron en el nombre del folklore y para descifrar porqué hoy están aquí. Ese sello único que lograron por la confianza interminable que depositó en ellos el tan recordado “Cuchi” Leguizamón, al armonizar las canciones que hasta el día de hoy atesoran en su repertorio. La particularidad de la forma de decir una letra con los contrapuntos de otros tiempos y falsetes elevados, que parecieran no haberse entendido en aquellos años. Sin embargo, todo se apagó cuando los espacios se achicaron por la dictadura, cuando aparecieron los malestares económicos y el temor lógico de la prohibición. Pero su legado no sería en vano, los años pasaron y sus grabaciones casi inhallables lo popularizaron aún más que cuando estaban unidos. Es que por eso que maravillosamente acá están de nuevo. Intactos y en una época que ahora parece estar en sintonía de su propuesta. Este es su tiempo... y el nuestro. La hora del reencuentro. Ese día de verlo sobre un escenario, ese instante exacto que merece detenerse para siempre. El telón se abrió en dos a las 21:25 y, en el, recayeron las figuras andantes de “Chacho” y Patricio. Seguramente acompañados del lado de las plateas por el espíritu inquieto del “Cuchi”, con sus manos en la altura de los hombros para guiar los compases. El público saltó de sus lugares para entonar un aplauso ensordecedor en la bienvenida del dúo. Como no podía ser de otra manera, irrumpieron magistralmente con “La Pomeña” y “Zamba de Argamonte”, ambas de Juan Manuel Castilla y Leguizamón. Dupla que regresaría en varios tramos de la noche y que ocuparía un lugar central en las interpretaciones. Seguido “Chacarera del zorrito”, “Zamba del imaginero”, de Armando Tejada Gómez y Leguizamón -que se la dedicaron a los artistas presentes: Víctor Heredia, Teresa Parodi, Raúl Carnota, Luna Monti y Juan Quintero-. Entre tema y tema hicieron un preámbulo y en cada canción florecieron los recuerdos. Después del canto de “Juan Panadero”, Echenique y Jiménez tuvieron que ponerse de pie porque el público se alzó en aplausos y no los dejaban continuar. Ahí se sintió en lo profundo del interior un sonreír retumbo de bombos y una sensación de estar soñando. El ambiente teñido de admiración y respeto. Una concurrencia atenta en cada pausa y silencio, voz y sonido que pronunciaban estos maestros de varias generaciones de cantores. También cantaron “Corazonando”, “Elogio del viento”, “Viene clareando”, “Doña Ubenza”, del “Chacho”, y la infaltable “La arenosa”. Luego de volver cuatro veces al escenario y de complacer a la gente, se despidieron como sólo ellos lo saben hacer: acariciando la emblemática “Zamba del silbador”.