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Otro año más para el dúo Coplanacu en La Trastienda, esta vez en tres funciones, el viernes 28, sábado 29 y viernes 30 de abril.
La cuestión fue presentar en sociedad el último trabajo discográfico, “Corazón sin Tiempo”, editado a mediados del años pasado.
Un dilema aparece al hablar de los Copla, pensando en si tenemos que agregar algo a lo que ya vienen haciendo, y nos sorprendemos al descubrir que siempre se traen algo maravilloso entre manos. Aunque el “ritual de la copla que regresa”, -como explica Julio Paz el termino “Coplanacu”, al decir que el ida y vuelta con el público está inmerso en el nombre del grupo- se repita en cada concierto, el agregado de los teclados de Andrés Acuña al trío de guitarra, bombo y violín –Julio Gutiérrez-, brinda al sonido de las canciones una calidez única sin cambiar en absoluto la esencia que los caracteriza.
El show del sábado, de más de dos horas, se caracterizó por ese ida y vuelta del que hablaba Paz al principio.
Cada canción estuvo precedida por una historia, un cometario o una anécdota, festejada -al igual que las bromas de lo músicos- por el público.
La lista de temas incluyó algunos de Corazón sin Tiempo, entre ellos Inti Sumaj, La Atamishqueña, La Ñaupa Ñaupa, Pancho Raco y Negra de mi Vida, y para dejar contentos a todos, también hicieron las canciones que les pedía la gente, como Alma Chayuera, Retiro al Norte, Camino a Telares, una bellísima interpretación de Adiós Tucumán, Escondido de la Alabanza, Chacarera del Salado, la Flor Azul, a Don Ponciano Luna, y dos himnos de la banda, infaltables en todos sus conciertos: Mientras Bailas y Peregrinos.
Son más de 20 años de carrera que llevan estos santiagueños residentes en Córdoba y lo curioso y admirable es que jamás han perdido su esencia.
Contrariamente a muchos grupos del folklore, que han cambiado su estilo o experimentado nuevos ritmos, los Copla siguen siendo auténticos y más allá del agregado de instrumentos no pierden por nada el sonido criollo que los hace genuinos.
Debe ser también esa forma campechana de hablar con su público y como dice Roberto Cantos: “a nosotros nos gusta más estar cerca de la gente como en este lugar, que en algunos festivales, donde el escenario está a diez metros del la platea” esa forma de hacer que un recital se convierta en una guitarreada de entre casa.
Lo malo de los conciertos de Coplanacu es que tienen final, y uno se queda con ganas de seguir bailando, de seguir cantando, de seguir sintiendo ese ida y vuelta de la copla que tanto nos gusta.