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El norte argentino actúa en muchas ocasiones como una cuna de grandes talentos del folklore nacional. Tal es el caso de Tomás Lipán, cantante aymara argentino que siente en su interpretación el origen de sus ancestros y de su pueblo. Sus comienzos, datan del primer contacto con la música, pero su desarrollo como artista lo llevó a pisar escenarios internacionales como vocalista de Jaime Torres. En una charla íntima con FolkloreCLUB recorrimos a paso firme su carrera que nos transporta directamente a la calidez de sus tierras en Purmamarca, Jujuy.
“Desde que estaba en la espalda de mi mamá cuando ella pasteaba las cabras, escucharla cantar una copla, o a mi papá cantar con su vieja guitarra algún tema de antaño. La música estuvo presente siempre en mi y en mi casa. Me crié junto a la música y al canto, sin pensar jamás que iba a cantar en el escenario.”
La copla es la herramienta con la que defiende y encara su carrera. Al hablar sobre su provincia, se distingue en su voz el dulce recuerdo de sus tierras jujeñas, el orgullo que siente de haber nacido en el norte y cómo lleva la bandera defendiendo su cultura. Su cantar remonta al espectador fácilmente a las tierras de Purmamarca. Su verdadero nombre es Tomás Ríos, pero tomó como apellido artístico: Lipán, nombre de su paraje de origen, a modo de homenaje a sus ancestros.
“Todo se vuelca en una canción. Toda la poesía del tema tiene que entrar al corazón. Cuando lo voy cantando, lo voy viviendo, es como un relato que voy contando. Entonces ahí viene a la memoria todo lo que uno ha vivido en la niñez, en la adolescencia”
Desde El canto de Purmamarca, su primer disco, hasta Carnavalitos, Tomas Lipán considera que no cambió su estilo, solamente las modificaciones de algunas técnicas de canto. La elección de su público no se justifica con el paso del tiempo, lo siente como un acto de amor. A la hora de poner en marcha la preparación de sus discos, considera que es muy difícil lograr el repertorio porque todos los elementos tienen que encajar para lograr un mensaje, como si fuera un cuadro donde nada puede desentonar.
Sin ningún padrino que lo haya acompañado y sin generar promociones especiales, el músico mantiene viva su relación con el público. Así se sintió en la serie de espectáculos de Retumbos, que estuvo marcado por la presencia de artistas invitados que acompañaron al cantor con su música y su admiración. Este show marcó un recorrido por toda su música, comenzando con las vivencias de la Puna, luego la parte tradicional, la vivencia nacional, como una zamba, una chacarera, y para cerrar a todo baile, la alegría de la Quebrada.
“Mis canciones siempre han sido a la vida, al amor, a la alegría, en mis discos no tengo canciones de protesta. El canto ayuda a la liberación de los pueblos sometidos, pero a mí siempre me gustó cantar las cosas que dejen un mensaje de madre, de padre, a la gente que escucha.”
Sus comienzos fueron en las peñas y salas de espectáculos de Jujuy, ahí fue donde surgió la posibilidad de cumplir con su ilusión: la grabación de su primer disco. La ayuda e iniciativa de Gustavo Patiño, dio inicio a la grabación de su primer cassette. La sorpresa de Tomás de haberlo grabado en tan sólo tres días, hizo de su paso por Buenos Aires algo más que provechoso. Toda la ilusión que había traído hacía tantos años, ya era una realidad tangible.
“Me acuerdo de la primera vez que fui a retirar 200 cassettes, pesados eran. Llevándolos en el hombro, caminando como 8 o 10 cuadras, con toda esa ilusión en la espalda, como si fuera una carga de leña, pero como si fuera una guagua realmente”
Otro gran paso en su carrera fue haber sido convocado por su hermano Domingo Ríos a formar parte de su conjunto Sones de América. Allí fue tocando el bombo y se lucía haciendo dúos en quena o siku, pero todavía no cantaba. Su experiencia con este grupo se enriqueció con las presentaciones que tenían todas las noches en las peñas de Salta. Con tan sólo 24 años y de la mano de Sones de América, no paraba de visitar festivales en otras provincias como Córdoba e incluso cruzando la Cordillera hacia Chile. De a poco, comenzó a entonar algunas voces bajas y la sucesión de presentaciones fue lo que forjó su seguridad en el escenario. La vasta cantidad de shows hizo que se sacara el miedo de estar frente a un micrófono. Según el músico, esto lo hizo “valorar y acostumbrarse al aplauso”.
La oportunidad de tocar junto al maestro Jaime Torres se demoró un año, ya que una vez hecha la oferta, el mismo tuvo un accidente que lo dejó fuera del escenario durante un año. A pesar de esto, en 1991 Tomás Lipán comenzó a lucirse como vocalista. El respeto a las obras que interpretaban fue uno de los legados que le dejó el músico. Incluso durante esta etapa tuvo la oportunidad de conocer escenarios internacionales en países como Japón, Australia, Singapur, Malasia e Indonesia.
“Lo que más se aprende en estos lugares lejanos es que la música no tiene fronteras. Ahí uno valoriza cómo uno transmite con el canto, con la música. Yo cantaba mi coplita con mi caja, ante dos mil personas que estaban en un teatro inmenso y en silencio; terminar de cantar mi coplita y la ovación. Porque lo que uno transmite en el canto, en la copla, no hace falta que lo entiendan en el idioma, si no en el mensaje que uno está dando en el corazón, en el sonido.”
“Pienso que es como aquel dicho: cosecharás tu siembra. Mi canto yo lo hago con mucho amor, con mucho respeto.”
El cantar de Tomás Lipán, uno de los exponentes de la música noroeste de nuestro país, nos transporta a las maravillosas tierras jujeñas, nos acopla en sus recuerdos y nos enseña sobre sus costumbres.
Nota: Agustina Costa
Edición de audio: Léon Botto