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Los Hermanos Ábalos han sabido como pocos, enseñar y difundir nuestras tradiciones de tierra adentro. Uno de ellos, Napoleón Benjamín “Machingo” Ábalos falleció este 31 de agosto de 2004. Toda la comunidad folklórica lamenta esta perdida, pero guardamos memoria de sus grandes momentos con la música nacional, en eternas y queridas grabaciones junto a Adolfo, Vitillo, Machaco y Roberto.
“Mamá buscaba una nena, y por orden de cigüeña apareció Machingo, Adolfo, Roberto, Vitillo y la cigüeña cansadita con Machaco. Cinco hermanos”, comentaba hace pocos días a FolkloreCLUB, en una nota para nuestro programa de radio, Víctor Manuel “Vitillo” Ábalos. Este era el saludo tradicional de los hermanos en cada punto del país donde se presentaban, incluso fuera de nuestra tierra saludaban de esa forma en sus innumerables presentaciones a lo largo de sus más de cincuenta años de trayectoria.
“No puedo hablar mucho”, fueron las pocas palabras de Vitillo Ábalos en vivo, vía telefónica para La Posada, el programa que conduce Miguel Ángel Gutiérrez, en Radio Nacional Folklórica. Obviamente se lo entiende a Vitillo. En momentos así, uno no lo debe molestar. Gutiérrez continúo: “Ya sé. Nada me queda decirle sino acompañarlo en el sentimiento, y mi sentimiento es el de una multitud de personas, que le abraza hoy por la pérdida de un gran hermano. Siempre es una pérdida muy importante, un desgarrón, un sacarnos el brazo. Pero la pérdida de un hermano como el suyo, que tuvieron un objetivo común, que anduvieron por el mundo juntos, que tuvieron la misma pasión, la misma vocación, la misma responsabilidad con la patria y con el país, es mucho más de lo que yo le dije. Lo acompaño en el sentimiento, y nos duele la pérdida de Machingo. Ha sido un hombre bueno y lo que ha hecho por este país que usted tanto ama y han amado los hombres de su apellido, ha sido muy importante. Ha cumplido con lo que Dios le da a cada hombre para cumplir en la tierra”. “En el nombre de la familia Ábalos, gracias por sus sentimientos y buenas noches”, cerraba la charla el bombisto de Los Hermanos Ábalos.
“La ciudad de Santiago del Estero, se mantuvo como si hubiera sido una isla. En vez de ser rodeada de agua, rodeada de tierra. No fue contaminada por el modernismo o los adelantos de estos o los de aquellos. Siempre fue una especie de pequeña cenicienta. Ahí nos enterábamos de ciertos acontecimientos siempre tarde, éramos los últimos en enterarnos en Santiago del Estero. Todas las casas tenían su sala de música. Papá fue el primer médico odontólogo con título, primer dentista a nivel oficial que tuvo la provincia de Santiago del Estero. Papá se casa con mamá, entonces, viene a Buenos Aires y en aquel entonces se necesitaban maestros, y los que no tenían el título de maestros, podían ejercer con el título de bachiller nacional. Mi papá se ayuda con eso, dando clases en escuelas primarias en la ciudad de La Plata y ahí nace Machingo Ábalos. Luego, viene a Buenos Aires a continuar sus estudios y nace Adolfo Armando Ábalos: uno platense y el otro porteño. Se enteraron cuando sacaron la libreta de enrolamiento en Santiago del Estero, que no eran nacidos en Santiago del Estero. Y Roberto, Machaco y yo, en Santiago del Estero”, cuenta Vitillo Ábalos, de su infancia en la madre de ciudades, junto a su familia, relato que bien podría salir de boca de cualquiera de los cinco hermanos.
“A veces se dan condiciones, en forma natural, sin saber, en el caso de Los Hermanos Ábalos, que nos estábamos preparando para el gran puntapié. En Santiago del Estero, como pasó en Tucumán, Salta, Jujuy y otras provincias, había una gran inquietud a practicar expresiones de arte. Cuando digo varias provincias es porque no quiero pensar solamente en mí, en Santiago del Estero. Llovía poco y nada. El patio era el lugar de referencia para Los Hermanos Ábalos y ¿sabés lo que ahí teníamos? El piano. Como llovía poco, el piano no dormía en la sala de música, quedaba en el patio. Y ahí empezábamos a la tarde, como a las diecinueve horas, para darte una referencia, y empezaban a caer los amigos. Por ejemplo, Enrique Farías Gómez. ¿Quién era este muchacho? Conmigo había una diferencia de diez años, fácil. El papá de los Huanca Hua. El tata Enrique Farías Gómez, un muchacho de veintiuno, veintidós años. Manolito Gómez Carrillo, hijo de Manuel Gómez Carrillo, un gran estudioso, un gran folklórologo santiagueño. En casa, cualquier instrumento que llegaba lo tocábamos. Entonces, nos íbamos preparando sin saber para que y por qué. Había llegado el famoso bombo legüero a casa, en el año 1936. A papá le sabíamos pedir bombo y nunca pobre pudo traer uno. Y de pronto apareció uno en casa. Era piano, guitarra y bombo. Como había capacidad o predisposición, ya había un solista cantando, o un dúo, o un pequeño coro y como estaban las chicas amigas que yo las veía, yo era chango, todos eran jóvenes que se acercaban con una actitud parecida. Se estaba armando lo que siempre nos ha gustado a los hermanos Ábalos: canto, música y danza. Por allá, por el año 1938, papá nos va preparando para algo que fue muy tremendo para mi, que tendría dieciséis años, que iba a ser una segunda casa en la ciudad de Buenos Aires, porque Machingo por un tema económico, que estudiaba Odontología en Rosario, provincia de Santa Fe. Adolfo, en la provincia de Tucumán para ser farmacéutico, en la generación de él, primero tenía que ser bioquímico. Adolfo tiene dos títulos. Y Roberto, que había terminado magisterio en la escuela normal, ya estaba apuntando para Paraná, en la provincia de Entre Ríos para hacer el profesorado. Y yo y Machaco, por edad, estábamos en el secundario. Entonces vinimos a vivir a Buenos Aires para fines del año 1938. Nos explicaron, que papá quería juntar a todos en una casa, para que económicamente le sea más posible que terminemos los estudios. Es el motivo por el cual vinimos a vivir a Buenos Aires, todavía no pensábamos ni remotamente eso de Los Hermanos Ábalos. La presencia nuestra acá no es para conquistarlos folklóricamente a Buenos Aires. Y que casualidad, para no extrañar tanto, fue en la calle Santiago del Estero, casi Avenida Belgrano. Ahí arrancamos. Claro, trajimos la guitarra, el bombo y el piano. Dejamos al loro y a la tortuga. Me acuerdo que teníamos un loro encantador, como hablaba, cantaba chacareras. Y estando en Buenos Aires, a nuevas amistades, le llamaba la atención ritmos desconocidos. La ciudad de Buenos Aires, el habitante, es una persona que le gusta trabajar, muy cosmopolita, no ha cambiado mucho. Estamos hablando de setenta y pico de años atrás. Las cosas criollas no estaban difundidas, no estaban informadas. Una cosa es que yo te informe y te agrada o no te agrada tal cosa. Vos eliges. Acá no era que no agradaba, no las conocían. Entonces 1938, 1939, a los Ábalos nos llamaban desde diferentes lugares, donde había un piano y nuevas amistades querían conocer, querían oír. Y 1939, ya habíamos actuado en Santiago en el cine Splendid, pero a nivel así, aficionados, muy bien armado, con música, canto y danza. Y acá, la primera actuación teatral fue al lado del Teatro Coliseo, donde ahora está el teatro El Globo. Allí, había una asociación que se entera de lo que hacíamos y presentamos Patio Santiagueño, patio Provinciano. Gusto mucho, un lleno grande, con nuevas amistades, con chicas jóvenes que bailaban el gatito a la forma de la provincia de Buenos Aires. Eran un extraordinario grupo. Esa fue la primera presentación. Ahora viene lo más trágico... Nos pedían tanto, que hablábamos con papá, que se había instalado acá, y le pedíamos permiso por cinco años, para formar y presentar el conjunto Los Hermanos Ábalos y no le gustó nada, nada, a mi padre. Porque era una ciudad, desde el punto de vista de él, creo que no estaba errado, que iba a ser muy difícil pretender y difundir, y por qué no, a aspirar a vivir de esta misma inquietud. Mamá ayudó y lo convenció a papá. No le gustó nada. Se dio cuenta de qu