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Asistir a una fiesta ajena significa tal vez entregar nuestra alma, o quizá que nos la roben, como advirtió Bebe Ponti en la introducción al show, al contar la anécdota en la cual Atahualpa Yupanqui se encontraba tocando en una casa. Empezó a cantar y de a poco los gauchos se empezaron a ir. Atahualpa preguntó: que pasa: tan mal canto? Le dijeron: “No, usted toca tan bien que tienen miedo que su música les robe el alma”.
Alguna vez leí algo como: quien no asiste a su propia fiesta difícilmente logre ser feliz.
Pienso que ideas de este tipo rozan la ingenuidad más honesta, ahora cuando somos invitados a una fiesta ajena y sobre todo artística, en este caso musical, la vida nos muestra su complejidad más alla de toda su simpleza, si nos roban o no el alma eso deja de tener importancia.
Néstor Garnica acompañado por Iván Cifuentes en el contrabajo, Pablo Oroza en guitarra y Alejandro Salamanca en batería; nos mostró que vale la pena que nos la roben cuando la alegría, la dulzura y sensibilidad se fusionan de una forma tan particular.
El espectáculo comienza con el común denominador de toda la noche: la alegría. Garnica en el centro del escenario entregando desde su violín acordes llenos de belleza, el despliegue de los músicos no se quedaba atrás en su predisposición a la alegría. El violinista cuenta que se esta grabando un DVD y el comentario despierta risas y aplausos desde el público, que el santiagueño devuelve con más música.
La música flota y colma no sólo el auditorio sino amigos y colegas que acompañan de forma incondicional. Derrocha alegría en cada gato y chacarera, y esa nostálgica sensibilidad tan típica del violín, en la conmovedora interpretación de “El día que me quieras” junto a Jorge Giuliano. Seguido a esto, le dedica una canción a su ciudad natal: La Banda, la audiencia le expresa todo su cariño acompañando con palmas y coreando.
Como decían los carteles “La Fiesta del Violinero”, así iba desarrollándose el recital, con la complicidad del público, un violín lleno de matices y la voz de Garnica acompañado por una excelente banda y varios invitados de primer nivel. Los colores musicales se desarrollaban como en una fiesta y se mezclaban sin prejuicios para deleitar a una platea más que predispuesta al goce.
Por momentos el violín en los gatos, remitía a música celta, y la actitud de los músicos a un recital de rock, pero el humor daba vueltas y le devolvía ese aire tan tradicional del folklore local. Horacio Banegas en la guitarra brindó una performance soberbia, Los Duendes de la Salamanca oriundos de La Plata, incrementaron el color autóctono a la noche desde el charango y la quena.
El violinista acompañado por toda la banda incluyendo a los invitados cerró el show acompañado de un público ferviente que devolvía con aplausos y pedidos de canciones la alegría que bajaba del escenario.
Como todo, la fiesta terminó con un bis, en el mismo se pudo ver que la alegría estaba dando vueltas disfrazada de gato, de violín, de chacarera, contrabajo, en reminiscencias celtas, flotaba y se entregaba para quien pudiera y supiera disfrutarla. Platón aseguraba que: la belleza es una idea, ya que perdura en nuestra mente más allá de la persona o el objeto que la contiene.
¿Entonces, que será de alguien asistiendo a una fiesta ajena, o creer que algo extremadamente bello nos puede robar el alma, más si esas personas son la esencia de la música que se interpreta?
Quizá esto nos muestre una vez más que la música no es simple entretenimiento, sino un acto profundamente intelectual, pero carente de palabras. Ahí reside la idea de belleza.
Nota: Manuel Bernal
Fotos: Raúl Ferrari