La carta robada de Edgar Alan Poe, se adelantó al psicoanálisis en su idea según la cual muchas veces la solución a los problemas están delante de uno, y son tan obvios que no logramos verlos. Borges asegura que secretamente todas las cosas están relacionadas, (cosa en la cual estoy totalmente de acuerdo).
El pasado jueves Federico Pecchia presentó Paisaje Interno el Espacio Tucumán, ubicado en la calle Suipacha 140. No sólo desplegaría virtuosismo, sino que mostraría esa actitud rockera, en sintonía con los chicos de Semilla y de Trémor que le da tanto oxígeno al folklore local.
La remera de Hendrix que vestía un chico de veintipico de años anticipaba lo dicho más arriba; iba a ser una noche de talento y de renovación, donde el misticismo y la tradición del folklore se fusionarían de forma sutil con la desprolijidad y los excesos del rock.
Peccchia, como demostró en su tema “Guitarra”, está conectado emocional y espiritualmente a su instrumento, y en el solo que abrió la noche, no sólo bañó de talento la sala, entregó notas flamencas que recordaban a Robbie Krieger de Los doors en: Spanish Caravan. Seguido a esto llegó: “Alfonsina y el mar”, canción interpretada por el guitarrista en el velorio de Mercedas Sosa. La misma emocionó a toda la audiencia.
El primer invitado de la noche sube al escenario, el baterista Diego Alejandro. De la mano de Alejandro llegaría “La amorosa”, una bella zamba con una soberbia introducción por parte guitarrista.
Luego sería el turno de Joel Tortul, talentoso tecladista ganador de Cosquín 2004. Pecchia y Tortul, le dan forma a “En vuelo”, canción donde el chico oriundo de Escobar, según cuenta, buscó encontrar la nota que interprete al amor. Ambos muestran entenderse musicalmente, pareciera una simbiosis de sonidos, el teclado y la guitarra se entretejen, un oído refinado juraría que estaban charlando con sus instrumentos.
El dúo Romero Andersen integrado por Leonardo Andersen de tan sólo diecisiete años y Diego Romero de veinte, suben y con inocente alegría entregan su amor por la música a través de sus guitarras. Los chicos, al igual que él, supieron ganar el Pre-Cosquín 2010, antes de presentarlos, Pecchia cuenta que estuvieron esperando más de cinco horas en Cosquín para saber si habían ganado.
Alejandro se reincorpora, los tres músicos tocan “Abrazo”. Como toda la noche Pecchia canta de forma correcto y expone, el denominador común y tal vez una de la cosas más bellas de nuestro folklore, la poesía; siempre intenta transportarnos a infancias junto a un río, a pies descalzos en verano, siestas, y noches interminables donde se esconde el misterio. La salsa es el ritmo que se pega, el pedido al público es casi obligado, el acompañamiento es leve pero eso no opaca el sentimiento que baja del escenario.
Leonardo Villagra se incorpora en el bajo, juntos interpretan “Canción del agua”, Villagra no se queda atrás en talento y muestra la alegría que le da tocar el bajo tarareando lleno de felicidad.
La canción “Martina”, dedicada a la hija de un amigo quien se enteró del embarazo de su mujer el día que muere su abuela, le da a la noche un toque de tristeza casi necesario para la sensibilidad que flotaba en el aire.
Alejandro realiza un impresionante solo de batería que es premiado con un caluroso aplauso.
Luego el anteúltimo tema “Color de ausencia”, amargura de amor hecha canción. Pecchia bromea diciendo que le sale más barato escribir una canción, sacar su bronca y su dolor, que ir al psicólogo.
La noche se cierra con “Carnavalito del duende”, uno de los temas que interpretó en Cosquín.
Pecchia es un buen ejemplo de talento, una actitud diferente y un sentimiento profundo y real por los acordes, los sonidos, y los arreglos. Toda la noche se pudo percibir como las distintas corrientes musicales flotaban en el aire, Morrison, Hendrix, y Mercedes Sosa se encontraron sin saberlo.
Federico Pecchia y sus colegas por dos horas fueron algo más que interpretes de melodías. La belleza estuvo escondida delante de nuestros ojos, y una ves más el misterio de la música realizó su rito y pudo ser disfrutado de la mejor forma; sin que nadie lo notara.