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Notas
CRÓNICA EXCLUSIVA

APRENDICES DE UN HECHICERO


26/04/2010

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RECORDAR


La herencia es uno de los legados más importantes con el que contamos los seres humanos. Marcan nuestro camino muchas veces de forma definitiva, solemos intentar escapar de ese destino, y es cuando más lo cumplimos.

Cuando la herencia supera los lazos familiares, se vuelve un acto de altruismo total, la compasión se torna en sensibilidad absoluta y aparece ese misterio llamado belleza.

Andrés Chazarreta (Santiago del estero 29 de marzo de 1876 - idem  24 abril de 1964) es quizás uno de los ejemplos más claros de altruismo dentro del arte popular argentino, Chazarreta es el hombre al cual el folklore local tiene una deuda tan grande como Borges la tuvo con Thomas De Quincy. Borges afirmó: “mi deuda con De Quincey es tan grande, que nombrar una parte me avergüenza ya que dejo de lado algo tan o más importante que lo nombrado”. A Chazarreta le debemos en la Capital el conocimiento y la difusión de nuestra música nativa, al igual que un chaman  iluminó nuestro camino con el marote, el pala pala, la lorencita, el llanto, el escondido, el cuando y un etcétera enorme.

Es por esto que el pasado jueves 22 de abril a las 19 horas en el auditorio de Radio Nacional, en pleno centro de la Capital Federal, tuvo lugar una noche Santiageña, a cincuenta años de la muerte del autor de “Zamba de vargas”, y en el marco de los festejos por el Bicentenario.

Vitillo Abalos  -alumno de Chazarreta- abrió la tarde contando la tarde  que conoció a su maestro, allá por 1933. Después de esta introducción, la noche se inauguró con Mavi Díaz, cantando en quechua e interpretando con alegría “Criollita santiagueña”. Para la próxima canción Mavi estuvo acompañada por Marián Farías Gómez, juntas le darían forma a una hermosa versión de “Zambita de allá”.

La presencia de Peteco Carabajal, aunque fue grabada, le da a la noche forma de rito. A continuación de las palabras de Peteco, la presentadora anuncia a Franco Luciani, el rosarino sube a  las tablas junto a Raúl Quiroga en guitarra y hace un derroche de su talento, que el público premió con un enérgico aplauso.

El homenaje va de de la alegría de Mavi Díaz a la singular emoción de Luciani para entregar su música pasando a Oscar Alem en piano, brindando la más profunda nostalgia.

El homenaje se va cerrando con la presencia de Los Chaza, integrados por Patricio Molina Chazarreta (flauta traversa y voz), Benjamín Molina Chazarreta (Violin), ambos de Tucumán y bisnietos de Don Andrés y los platenses Armando Lazarte (guitarra y voz) y Gonzalo “chato” Ortiz (percusión y voz).

Los chaza le dan la alegría a la noche con la cuaca “La bolivianita”. Interpretan con pasión  la música heredada de su bisabuelo, la entregan de forma cálida y sincera. Para su siguiente interpretación se les suma en el bombo, Dante “tuco” Pereyra ex integrando del conjunto de Chazarreta.

Luciani vuelve al escenario para cerrar definitivamente una noche donde,  como sucede generalmente con todas las cosas, necesitamos redescubrirlas para comprenderlas realmente. Así sucedió con las música de Don Andrés.

Puede que tengamos una deuda tan grande como la de Borges con De Quincey, tal vez  no podamos agradecerle como se lo merece. Puede que un simple homenaje como este no alcance. Como contó Dante “tuco” Pereyera al subir al escenario sobre el encuentro entre Chazarreta y Ricardo Rojas, el último le recriminaba a Chazarreta no poder dormir por tener en la cabeza el repiqueteo del bombo, después de aquel mítico recital en el Teatro Politeama el 16 de marzo de 1921.

Aquella fecha Buenos Aires descubrió la profunda mística escondida en el folklore y el patriarca nos mostraba la punta de la riqueza espiritual y artística de nuestras raíces. Al igual que nos es imposible agradecerle por su aporte, nos es imposible sacarnos de la cabeza ese bombo que repiquetea igual que lo hizo en la cabeza de Ricardo Rojas.

Sin enterarnos, en éste homenaje a Andrés Chazarreta, la música viajo a través  del tiempo y de las generaciones de forma altruista, el arte sucede y sucedió, ojala hayamos sido los receptores que la música estaba esperando.


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