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La cantante de jazz seleccionó un exquisito repertorio y junto a Javier Lozano recorrió paisajes llenos de zambas y chacareras.
El folklore se enamora muchas veces de otros géneros musicales y el jazz es uno de ellos. Desde el Cuchi Leguizamón hasta Carlos Aguirre, acordes típicos de aquellas melodías que nacieron en Nueva Orleáns se cruzan con aquellas que respiran entre los ecos más hondos de nuestra tradición.
Como muestra de ese romance entre músicas lejanas, pero cercanas, La Peña del Colorado recibió a Roxana Amed, una de las voces más prolíficas y respetadas del jazz local actual. Junto a ella, el músico Javier Lozano. El dúo llenó de magia el escenario “Mercedes Sosa”.
Apenas pasadas las diez de la noche Roxana Amed inició el concierto con una peculiar versión de “Piedra y Camino”, de Atahualpa Yupanqui. A capella entonó cada verso de la canción con una exquisita sensibilidad. Voluntarias e interesantes disonancias poblaron aquella obra en la que se vio a la cantante emocionada. “Es para mí un honor que me reciban en este escenario. Comencé cantando folklore a los 15 años y, por alguna razón dejé de hacerlo. Muchas gracias por recibirme”, dijo.
Luego, “La nostalgiosa”, de Falú y Dávalos, cobró vuelo en la voz de Amed que parecía decidida a homenajear a las mejores zambas de nuestro cancionero. Y lo hizo, porque la noche se abrió a la poesía de “La tempranera”, la pieza inmortal de León Benarós y Carlos Guastavino.
El repertorio tomo rumbo norte, Lozano abandonó el piano y mostrando sus dotes de bajista acompañó a Amed en una honda versión de “Si llega a ser tucumana”, de Miguel Ángel Pérez y el Cuchi Leguizamón. Esa fue la primera pieza de un tríptico dedicado al Cuchi Leguizamón: siguieron la “Zamba de la viuda” y la “Zamba de Lozano”.
Una zamba instrumental coloreó el paisaje de sonidos anaranjados, como remitiéndose a los cerros y de entre los cerros reapareció Yupanqui y Amed cantó “La pobrecita”.
“Ahora quiero cantar una zamba inédita. Se la he dado a varios folkloristas, pero no se ha grabado todavía. Tal vez porque el momento indicado para estrenarla era éste y en este lugar”, entonces Amed dejó entrever su amor por el folklore en una antigua composición que remite al devenir de la vida, con una letra reflexiva y arreglos que ya son una marca propia en la manera de cantar de Amed.
El dúo mostró otras dos composiciones propias: “Violines de campo” y “Arizona” con algunas reminiscencias sonoras a Luis Alberto Spinetta que aparecen en Limbo, el CD debut de Amed.
La chacarera dijo presente de la mano de “La oncena”, de Eduardo Lagos y Juan Goñi. Roxana comentaba sus recuerdos: “Creo que sólo mi mamá sabe que canto folklore. Me acuerdo que tenía quince años y cantaba en una parroquia, entonces un monje me dijo: ´te voy a pasar a buscar el sábado porque quiero que conozcas a unos músicos que te van a gustar´. Entonces vino a buscarme a mi casa, vestido de monje con la combi de la iglesia. Yo no sabía ni a dónde iba, pero fui a un lugar donde escuché una música con unas disonancias maravillosas. Y ahí estábamos: el monje, yo con quince años y el Dúo Salteño”.
Y en el aire se dibujaron las imágenes de “Cartas de amor que se queman”, nuevamente de Leguizamón, esta vez en compañía de Manuel Castilla, que alguna vez grabó también el Dúo Salteño.
Última canción de la noche, última zamba. El romance de la cantante de jazz con el folklore era más que evidente y se sellaba esa noche con “La tristecita”, De Ariel Ramírez y María Elena Espiro. Amed y Lozano le regalaron a los asistentes una noche de folklore renovado y respetuoso a la vez. Entre las mesas de la Peña algunos anhelan que Amed se anime e inmortalice sus versiones folklóricas en un próximo disco. Esa es, sin dudas, una buena idea. El tiempo dirá si se plasma o no, porque al fin y al cabo el jazz y el folklore se dieron la mano en una noche para el recuerdo. Y eso es lo que importa.